Monday, September 19, 2011

2233 kilómetros en tren y bus en cuatro días


Hace ya unos años que suelo emprender (los viajes se emprenden, son una “empresa”) un viaje al año sin planes ni horarios. Salgo de casa preferiblemente andando (“… y por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo...Don Quijote, cap. 1, pag 4), me encamino a la estación de ferrocarril y tomo el primer tren que pasa. A partir de ahí elaboro un plan de viaje más ligado al dinero de que disponga que a ninguna otra cosa. En Australia aún persiste la costumbre de los hombres de ausentarse de su casa sin dar demasiadas explicaciones y perderse un tiempo en el “Outback”, la gran región despoblada del centro del continente austral. A eso lo llaman un “walkabout”, una especie de “paseo”. Sin punto de comparación como no sea la escasa preparación y la espontaneidad, llamo a estos viajes “mis walkabouts”. La aventura es escasa, que ya sumo unos añitos. Siempre con un móvil encima—ahora, antes era unas monedas de cambio para una cabina—y una tarjeta de crédito en la cartera que me garantice el regreso. Y, generalmente, por el territorio nacional de esta piel de cabra, que no de toro, como ya os he contado en otra ocasión.
Viajo ligero. Una pequeña mochila que, llena, no suele pesar más de 7 kg. : un par de mudas, calzado y pantalón de repuesto, los achiperres de la higiene y botiquín y al menos un litro de agua de bebida, que nunca se sabe si vas a encontrar agua potable.

El primer tren disponible este miércoles de principios calurosos de septiembre, era un Euromed destino Valencia. Ya en marcha me decido a tomar luego un rumbo sur.
La costa de Cataluña sur va desfilando a la izquierda del tren, hasta cruzar un río Ebro majestuoso.
A mitad de camino observo la monstruosidad urbanística de “Marina d’or” justo antes de Oropesa. Recuerdo al mamón de Aznar, chupando del bote de Porcelanosa.
Estación del Norte. Valencia
La primera parada es la estación nueva de Valencia, desde la que me encaminan a un bus para que me lleve a la, realmente próxima, estación del Norte. Es una maravilla de arquitectura de principios de siglo pasado con decorados modernistas de mosaico muy vistosos.

Me compro un billete hacia el sur con la intención de llegar a la Sierra de Cazorla. Me ha entrado un deseo de ver animales en libertad. Me lo dan a la estación más próxima: Linares-Baeza.

Como me quedan un par de horas me acerco al estupendo mercado central de València para un segundo desayuno, delante de la lonja, de horchata y “fartons”, esa especie de magdalenas alargadas tan típicas y repletas de calorías. Hay que hacer patria… de los valencianos. Hace calor y humedad.
Dos africanos me piden ayuda en la estación para ver a dónde ir y uno me enseña el billete de cabeza abajo. Le indico que le de la vuelta y me ensaña el dorso, en blanco. Cuando lo pone derecho le señalo la vía 3 y le muestro tres dedos, pero veo que no entiende: analfanumérico, ni letras, ni números ni idioma. Pues, desde dónde sean, han llegado hasta aquí sin saber leer. Eso si que es una aventura.

De nuevo al tren, con bastantes asientos vacíos, un “combinado” que lleva vagones a Badajoz, Sevilla y Málaga. Viene a ser como el antiguo “sevillano” que llevó a Cataluña un millón de andaluces en los años 60 del siglo pasado.
La huerta, los naranjos, Almusafes y la Ford, Algemesí, Alzira. Nombres tan moros como AlJazeera, una excelente televisión de noticias en inglés. Xàtiva: saco la nariz y hace una calor!!

Se inicia La Mancha. Albacete breve, pero, en una hora, llegamos a Alcázar de San Juan, conocidísimo nudo ferroviario donde el tren se para más de media hora. Los fumadores se bajan al tórrido andén a echar humo. Aprovechan dos, según ellos, parados para subir al tren y pedir limosna con el conocido discurso de disculpas, el hambre, las deudas y los niños pequeños. Nada nuevo bajo el sol. Era igual hace 40 años, cuando aún no se había inventado la crisis.

Sigue la Mancha inmensa. A partir de Sta. Cruz de Mudela el terreno se ondula y aparecen encinares, dehesa espectacular. Como Despeñaperros que desde el tren es más impresionante que desde la carretera.
Los encinares y la dehesa dejan sito gradualmente a los olivares inacabables.
A media tarde llega el tren a la estación Linares-Baeza que, como su nombre indica, está en medio. En medio de ningún sitio. Un barrio de casas modestas (barriada del Puente) del estilo de las colonias del franquismo y una iglesia parroquial. No resulta nada interesante porque, además, estamos a 35º a la sombra, o sea que me refugio en el aire acondicionado de la estación, en espera del bus a Baeza.
Ya no hay campos de lino en Linares.
En la sala de espera un facha tuerto jubilado está hablando en voz tan alta que parece un mitin. Unas parejas de su edad lo van escuchando y ocasionalmente jaleando. Quejarse por quejarse. Todo le parece mal, pero más parece que recita las noticias de El Mundo. Ladridos. Dan ganas de interpelarlo pero no me entran (las ganas). Cuando se va se olvida una botella de agua que esgrimía mientras discurseaba. Incontinencia verbal y olvidos: mal pronóstico neuropsiquiátrico.
Llega el bus que en 15 minutos me ha de llevar a Baeza. Si no fuera por el calor era como para ir andando. Desde Ibros se ve un mar (la mar) de olivos.

La otra vez que estuve en Baeza se me apareció como un lugar polvoriento y semiabandonado. Ahora lo han adecentado porque, junto con Úbeda fue patrimonio de la Humanidad y las viejas construcciones han recuperado esplendor. Recuerdo la cita: “Baeza, Orgullo, historia y… pobreza”. Parece que ya no hay pobreza. Recuerdos y estatua de Antonio Machado sentado en un banco leyendo un libro.
No hay pensiones económicas en Baeza. Después de dar unos cuantos rodeos encuentro un alojamiento “rural” notoriamente urbano acabado de estrenar, con un precio razonable que incluye desayuno, piscina y wifi.
Baeza huele a almazara en la quietud de la noche.

El jueves me levanto temprano para coger un bus a Cazorla, pero tengo que ir primero hasta Úbeda. Me doy una vuelta por el paseo Machado que recorre lo que debió ser la muralla sur de Baeza con unas vistas estupendas de la vega y la sierra de Mágina al fondo. El paseo tiene la misma orientación que el que en Soria recorría el poeta.
En Úbeda, como hay que esperar al bus de Cazorla me da tiempo para un segundo desayuno y leer la prensa. Detrás de mi van dos norteafricanos charlando en árabe. Debe hacer como 600 años que por aquí, entre los señoríos de Baeza y Úbeda, el árabe era la lengua “oficial”.
El bus a Cazorla tarda casi una hora, de nuevo entre olivares inacabables, hasta que se ve el pueblo blando encaramado en la sierra. Detrás los riscos enormes de la sierra. Encuentro un alojamiento económico y céntrico y me voy de paseo por el pueblo. Hay una ruta turística marcada. Aunque el día es igual que el anterior se nota que estamos a 800 metros de altitud y no hace tanto calor.
Cazorla
Las ruinas de la iglesia de Santa María que algún cura loco quiso construir en el cauce de un río que baja de la sierra y un turbión se la llevó por delante antes de acabarla. Luego ya no les quedaron ganas de terminarla y se ha quedado en ruinas. El río pasa ahora por debajo.
Castillo moro encaramado en un risco y por encima, en lo alto, buitres leonados planeado con la térmica.
A primera hora de la tarde contrato una excursión en 4x4 a la Sierra. Espectacular. Ilustrativa. El guía sabe un montón de botánica. Se queda con mi nombre catalán y al poco ya soy “Xavi” por aquí y “Xavi” por allá. Me da que es reminiscencia y homenaje a Xavi Hernández.
Cruzamos el Guadalquivir cuando todavía no es un río y luego subimos andando la cerrada del río Borosa y un trozo del de la Truchas. Se pueden ver nadando aburridas en un recodo.
Al fondo los riscos de Las Banderillas, de más de 2000 metros. De vuelta al pantano del Tranco por lo que llaman la ruta de Félix Rodríguez de la Fuente que filmó en Cazorla una buena parte de su serie de fauna ibérica. No vemos a los ciervos pero al atardecer oímos el comienzo de la berrea. El guía dice que va a cambiar el tiempo. Un cormorán cruza un brazo del pantano volando alto. Luego vemos una cierva cruzando la pista y más adelante otros. Dos familias de jabalíes, los jabatos en pijama, hozando en las proximidades de una zona de picnic. Hay tantos que van a acabar haciéndose domésticos, como los de Collserola.
Volvemos tarde y a dormir.

Viernes con planes súbitos de hacer un rodeo por Extremadura. Por la mañana, aún a oscuras, sólo se ven hombres que se juntan para ir al tajo. Un par de cafés abiertos. Y un tío vendiendo lotería a esas horas.
Bus hasta Úbeda y otro de nuevo hasta la estación de Linares-Baeza. Allí tomo un tren dirección Madrid, hasta Manzanares donde voy a cambiar de dirección.
En el tren sólo van parejas jubilados, inmigrantes y chicas jóvenes. Los adultos y los chicos van en coche o en moto.
Me da tiempo a comer en la cafetería de la estación… de autobuses de Manzanares. En la del tren no hay nada. Tiene unas buenas tapas de cocina. Los otros clientes, sólo hombres, toman cervezas con las tapas. Nada de vino y eso que estamos en el corazón de La Mancha vinícola. Debe ser por el calor. Pósters y banderas del Atlético de Madrid.
El tren que tomo es un “cercanías” que viene de Madrid. Gente joven que vuelve a casa para el fin de semana que se van bajando en Daimiel, Almagro, Ciudad Real o Puertollano. Las tablas de Daimiel apenas unos charcos con garzotas.
Desde Puertollano el tren toma rumbo oeste y deja atrás los llanos de La Mancha para atravesar unas dehesas fantásticas. Vía única y no electrificada. Como va despacito se puede disfrutar del paisaje, cerros con encinares y fauna visible: Ciervos, perdices, conejos, alguna rapaz. En el río Guadalmez en la cola del pantano de la Serena se ven garzas y fochas o patos. Espectacular.
Desde Almorchón la vía es de carril discontinuo y el tren hace “chaca-chaca” como antaño. Cambia la tonalidad cuando pasa por una trinchera. Es recuperar un sonido familiar y perdido en la noche de los tiempos. Con el cronometro se puede calcular la velocidad, que no debe superar los 50 km/hora. Desde Almadenejos me doy cuenta que voy sólo en todo el tren. Por aquí coinciden los límites de tres Comunidades Autónomas: Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía. El paisaje sigue silvestre y despoblado más o menos hasta Villanueva de la Serena, donde se empiezan a ver los campos cultivados.
Llego a Mérida todavía de día y allí tomo otro automotor hasta Cáceres, donde llego un poco antes de las 10 de la noche, justo para buscar alojamiento. Pensaba retirarme pero en el hostal me sugieren que visite “Cáceres la nuit”. Es viernes, hace una buena temperatura y está todos el mundo en la calle. En la zona antigua, tan bella y bien preservada. hay teatro en la calle—una especie de representación del Lazarillo—y música. Me meto en un tugurio donde un grupo toca instrumentos renacentistas con notable entusiasmo y me dan las tantas.

Charco con los berruecos al fondo
Via móvil me llega la sugerencia de ir a ver el Museo Vostell, de manera que me levanto temprano el sábado y llego a Malpartida de Cáceres—a unos 15 kilómetros—en bus todavía de mañana. Sigo andando los 4 km largos que hay hasta los Berruecos. La vista del charco del paraje protegido es fantástica. Hasta las 10.30 no abren el museo o sea que doy la vuelta al charco donde algunos pescadores de caña ya llevan un rato aburriéndose.
El Museo Vostell ocupa unos antiguos lavaderos de lana, en esta trocha final de la transhumancia, activos hasta el siglo XVIII. Vostell y su mujer hicieron aquí una maravilla del arte contemporáneo, con obras de una docena larga de figuras del siglo XX, incluyendo mi amigo Rafa, que murió el año pasado.

Regreso andando a Malpartida y tengo que esperar al bus hasta las 2 de la tarde. No tenía otros planes elaborados así que, al llegar a la estación de autobuses de Cáceres y oír anunciar un bus a Madrid a punto de salir, no me lo pensé. El bus medio vacío atraviesa interminables pastizales despoblados. Desaprovechados con muy escaso ganado. Un amiguete, cacereño y veterinario, tiene un proyecto que ha presentado al gobierno autonómico de introducir especies de ungulados africanos, cebras, gñus, antílopes, incluso rinocerontes porque está convencido de que se desarrollarían bien.
Desde la autovía se puede apreciar una buena parte de la extensión del parque de Monfragüe.

Llegué a Madrid a las 7 de la tarde. Y luego ya sólo fueron dos saltos: un taxi a Atocha, el AVE y a cenar en casa de vuelta.

Total 2233 kilometros de paisajes ibéricos. Coste aproximado del trasporte: 10 cents. por km.

1 comment:

edu comelles said...

Muy bien! pero a la próxima llámame y te llevo tomar la mejor orcata de cufa (sin hache claro) de tota l'Horta,...

petons!