Saturday, May 05, 2007

La “gola de mitjorn” y el cambio climático


Pues no es que vaya a comparar una observación puntual con el fárrago de estudios científicos de sesudos investigadores que ominosamente nos anuncian el fin del mundo tal y como lo conocemos. Es que ya estoy un poco harto de jeremias y casandras y de las quejas de “la caló”, cuando a mi me parece que hay poco nuevo bajo el sol que nos calienta y que el tiempo meteorológico siempre ha estado un poco loco y nunca llueve a gusto de todos.

El caso es que el 5 de mayo de este año del señor, la “gola de mitjorn”, la boca más meridional del río Ebro, no llega al mar. Una barra de arena de unos 40 centímetros de altura retiene las aguas del río y las blandas olas mediterráneas lamen la lengua de arena suavemente, algo tímidas por el poniente que sopla y que las mantiene quietas. Metí el dedo en las aguas de uno y otro lado para probarlas: una dulce y la otra salada. Por delante de mi nariz un oscuro cormorán vuela hacia tierra. A mi espalda, en una de las charcas de la isla de Buda, un bando de flamencos se despereza mientras una grulla cruza con paso solemne el camino de tierra que me ha traído hasta esta apartada orilla. Hace fresco aunque el sol haya roto los retazos de nubes que quedan de la última borrasca.

O sea, que el nivel del mar no ha subido, de momento. Y el delta se despierta algo más húmedo porque estamos ya en época de siembra del arroz.

Lo que los científicos vaticinan como consecuencia de las evidencias de aumento de la concentración de gases con efecto invernadero son cambios a medio plazo y que los humanos no vamos a percibir. O por lo menos no lo vamos a notar en la factura de la calefacción.

Los registros de temperatura que afirman que los últimos años han sido los más cálidos del siglo (pasado) no me dan ni frío ni calor. Lo de los glaciares y el casquete polar está dentro de lo que puede pasar por mil motivos. Mientras el polo norte disminuye su hielo hay evidencia de que en la Antártica el grosor total ha aumentado. Las emanaciones de CO2 y metano de los automóviles, con ser notables, se equiparan a los pedos de las vacas, que son bastantes. Pero nadie ha contado los de las manadas de gñus africanos. Es cierto que están deforestando la Amazonia, pero en Catalunya la superficie forestal es ahora tres veces mayor que hace cincuenta años.

Este invierno ha nevado poco en el Pirineo. Pero también nevó poco hace unos años en Sierra Nevada cuando tuvieron que suspender el mundial de ski. Si se mira al pasado siempre los tiempos, atmosféricos y vitales fueron distintos. En el siglo XV François Villon, en su «Ballade des dames du temps jadis» se preguntaba que a donde habían ido a parar las nieves de antaño (“Mais où sont les neiges d’antan?”). En la misma época Jorge Manrique opinaba que “cualquiera tiempo pasado fue mejor” y algo más sobre las vidas y los ríos que van a morir al mar.

Pues el ramal sur del Ebro no “muere” en el mar. Ahí sigue, vivito y coleando, alimentando grullas y regando arrozales. Y cualquiera tiempo pasado fue simplemente igual y, en algunas cosas, bastante peor.

Lo que no cambia es el interés de los poderosos en meternos miedo a los humanos de a pie. No sea que vayamos a creernos que el mundo es nuestro y no suyo y se lo quitemos.

Decidle a Al Gore de mi parte que, cuando se vaya, no se olvide de apagar el televisor.