A finales del verano de 1966, con mi flamante título de licenciado en el bolsillo, me hice cargo de una substitución por vacaciones en un consultorio del Seguro. El consultorio ocupaba un pequeño edificio destartalado entre dos enormes e innominadas naves industriales en la Avenida Icaria. Por entonces el Poble Nou de Barcelona, que ahora ocupa la Villa Olímpica, era un suburbio industrial polvoriento y dejado de la mano de Dios y de la de los concejales de urbanismo.
Al consultorio se accedía por una estrecha escalera que ocupaban los pacientes que hacían cola, que acababa en una puerta detrás de la cual se abría una única dependencia con una mesa y un par de sillas y una camilla por todo mobiliario. En una de las paredes mugrientas campeaba un letrero que decía “LA TENSIÓN SE TOMA LOS MIÉRCOLES”.
Al cabo de haber atendido unos cuantos pacientes, se presenta un amable anciano con aspecto de haber trabajado mucho y cobrado poco en su vida quien, tras saludar y con un mal contenido disimulo, depositó una moneda de un duro en un extremo de la mesa.
Yo miré la moneda, miré al anciano, miré a la enfermera que me auxiliaba. Volví a mirar a la moneda, al anciano y de nuevo a la enfermera que con un gesto rápido me indicó: “Cójala”. Y acercándose al abuelo anunció con voz clara y fuerte: “Venga que le voy a tomar la tensión”. Cuando terminó su lío de arremangar brazos, esfingomanómentro, fonendoscopio y palmaditas y el abuelo se había despedido y encaminaba la puerta, me dice en voz queda: “Es que hoy no es miércoles!”.
Acababa yo de descubrir el copago por atención sanitaria.
El copago es una fantasía que en realidad representa “re-pago”. La asistencia la pagamos entre todos. Con el copago obligamos a los que están enfermos a pagarla otra vez, encima.
No creo yo que el euro por visita vaya a superar en cutrez la aventura del duro y la tensión arterial, ni que vaya a resolver ni la financiación ni disuadir el uso multitudinario de los servicios asistenciales.
La salud no es gratis. Cuesta mucho dinero. La sanidad, la asistencia sanitaria buena, es cara. Como la carne en el mercado: la hay más barata, pero ya no es tan buena.
La revista “The Economist” dedicaba hace unos meses un extenso reportaje a la salud de las naciones, especial y naturalmente desde el prisma de la economía de la salud. Con unos titulares sugestivos como “Lección de anatomía”, “Enfermedades de desgaste”, “Tratamiento de los síntomas” o “Nuevas medicinas” se repasaban las dificultades que tienen los diferentes estados del mundo occidental y los diferentes sistemas sanitarios para afrontar los crecientes costos de la asistencia sanitaria. El reportaje en realidad resumia el informe de la OCDE del mes de mayo 2004 “Hacia unos sistemas sanitarios de alto rendimiento”. Que en muchos países se compruebe que la cosa no marcha no es un consuelo: es una epidemia
Una visión economicista de la salud o, si se quiere, de la asistencia sanitaria siempre será parcial y desenfocada. Aplicar la doctrina del mercado a la salud es un mal negocio. Entre otras cosas porque hacer de la salud un negocio es un mal rollo.
De lo que se trata es conseguir un mejor rendimiento, en términos de salud, del sistema sanitario. Si sólo miramos a reducir consumos o gastos, probablemente reduciremos también el producto final que es la salud de la gente. Para mejorar el rendimiento lo más probable es que haya que invertir más en salud, en asistencia sanitaria. Y por cierto, en España estamos a la cola de los 17 países de OCDE en inversión sanitaria. Tan mal que por detrás no nos queda ni Portugal.
Probablemente nuestro sistema ya ha cumplido su ciclo y necesita una reconducción profunda. Eso que los modernillos llaman “reengineering”, reconstrucción. No sólo es el modelo lo que falla con todas sus artificiosidades de niveles primarios, secundarios y terciarios asistenciales, fueras y dentros, propios y ajenos, privados y públicos, oficiales y alternativos, sino el sistema, sus principios, su idea y su financiación.
Si no saben como hacerlo que nos lo pregunten a los que lo hemos estudiado.
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2 comments:
Commenting myself:
Well, well, no a bloody comment, thus far.
I may need publicity.
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