Sunday, April 11, 2010

Freakies of my youth XVII: El torero muerto


Toreros muertos ha habido muchos. Y como son toreros, todos famosos. Unos por toreros y otros por muertos. Unos mejores que otros, porque el Ignacio Sanchez Mejías del romance de Federico García Lorca, como torero no le llegaba a la suela de los zapatos a su amigo y cuñado Joselito más famoso e igualmente muerto por un toro.

Pero mi torero muerto fue Manolete. En una postguerra donde la gente moría a “puñaos” de enfermedades y, también ejecutadas por la dictadura, aunque menos que antes, que un torero muriese era de lo más natural. Era una profesión de riesgo y, como se decía: …si le pilla el toro… pues pasa lo que pasa.

Puesto a pasar, hubo de pasar tiempo antes de que comprendiese algunos significados del toreo y las muertes y, sobre todo, lo que representaban las “heridas por asta de toro” que es como se conocen en Medicina las cornadas. Y más tiempo aún para entender cómo se moría un torero en la enfermería ruinosa, de paredes desconchadas y con olor a zotal de una plaza de segunda.

Si el progreso de la cirugía traumatológica de guerra esquivó España hasta muy avanzados los años sesenta, no debe sorprender que el esmero en el tratamiento de las heridas por asta de toro estuviese como estaba en la época de mi juventud. (Nota al margen: digo que la cirugía traumatológica esquivó España refiriéndome a la “España” nacional. Mientras los cirujanos del ejército sublevado en 1936, en cuanto veían una fractura abierta no tenían problema en amputar un miembro, en el ejército republicano se impuso la técnica Trueta de tratamiento de las heridas con la que salvaron muchas piernas y brazos.) En los años cuarenta los cirujanos se dedicaban a coser heridas y raras veces hacían un desbridamiento y una exploración profunda. Las heridas por asta de toro tienen múltiples componentes que, si no se tienen en cuenta, conducen a graves complicaciones.

La imagen del torero yaciendo en la camilla de la enfermería de la plaza de Linares, mientras goteaba la sangre en una palangana debajo, recogida en una crónica, resume la impotencia, la tragedia y, también, la incompetencia de los cirujanos.

Todo esto yo no lo ví ni lo viví mas que referido por los taurófilos de mi familia en repetidas conversaciones. El amarillento ejemplar del “Dígame”, una revista semanal especialmente dedicada a los toros, pasó en algún momento por mis manos. Digo amarillento porque era una revista impresa en papel de periódico, con una tendencia natural a amarillear en sentido literal. En una etapa posterior, la revista “Dígame” cayó en manos de unos desaprensivos que la hicieron amarillear en el sentido periodístico hasta su desaparición.

Fue cuando la cogida y muerte de Paquirri que pude revivir, esta vez con conocimientos de cirugía más concretos, el desastre de la muerte de Manolete. Las heridas por asta de toro ascendentes desde el muslo, el conocido como “triángulo de Scarpa”, localización anatómica precisa, producen desgarros más allá del muslo y, como sucedió en los dos casos, el de Manolete y el de Paquirri, los desgarros afectan lo que en Medicina se llama el “paquete vasculonervioso ilíaco”, es decir, venas y nervios gordos que ya están por encima de la ingle y dentro de la cavidad abdominal. Cuando se ha restañado la hemorragia del muslo, simplemente aplicando presión y el paciente, el herido, no se estabiliza, es más que probable que esté sangrando dentro de la cavidad abdominal. No hace mucho tuvimos un paciente así que se había herido al atravesar un puerta de cristal y una esquirla le penetró por el muslo. En esos casos hay que hacer una laparotomía, es decir, abrir el vientre, separar los intestinos y explorar los vasos sanguíneos ilíacos que quedan detrás. Y si sangran, detener la hemorragia allí. Si esperas mucho, el paciente se desangra y ya no hay remedio.

Los comentarios de la época hablaban de que los médicos de Manolete no se habían atrevido a cortarle al pierna al mejor torero de España. La amputación, en la línea de la práctica de los cirujanos españoles del lado de allá tampoco le hubiese salvado la vida. Lo que tenían que haber hecho, que era abrirle la tripa y detener la hemorragia abdominal, no lo hicieron y el torero freaky subió al cielo de los toreros, que debe ser una dehesa cerca de Tamames, en la provincia de Salamanca.

Freaky era Manolete, con su gesto adusto y su peculiar vida privada, pero sobre todo después de que le dejaran morir. Algo de historia inacabada que parece que se ha extendido hasta el proyecto de película que, protagonizada por Adrian Brody y la pelma de Penelope Cruz(¡Hay que joderse! ¿Quien le habrá puesto a esa niña el nombre de Penélope?), se ha filmado pero no se ha llegado a exhibir. Raro, raro.

1 comment:

Ascilto said...

Que los nacionales amputaran era un claro giño (de ojo derecho) al Glorioso Mutilado, para proporcionarle público a quien contar batallitas en el Benemérito Cuerpo de Caballeros Mutilados de Guerra por la Patria.