La genial novela de Roa Bastos adjudica ese apelativo a un asqueroso dictador, absolutamenta pagado de si mismo e incapaz de reconcer ninguno de sus errores ni ninguna de sus maldades.
En este blog no escribo mucho, distraido con ocupaciones múltiples y desfogando mi enojo ante los acontecimientos que nos rodean en redes sociales como Twitter (véase aquí al lado). Pero no he podido dejar pasar el repugnante affaire del actual presidente del Tribunal Supremo, un sujeto de nombre Carlos Dívar Blanco que desde hace unos días protagoniza las portadas de los medios.
Resulta que este individuo que además es presidente de Consejo Supremo del Poder Judicial, es decir la cúpula del tercer poder de esta incompleta democracia que padecemos es quien, aparentemente, se ha gastado los dineros de la asignación para viajes protocolarios en largos fines de semana en hoteles de lujo y cenas para dos en restaurantes de alto copete en la Costa del Sol. Después de muchos tiras y aflojas, hace unos días accedió a presentar unas declaraciones públicas diciendo que no había hecho nada malo y que se trataba de su vida privada de la que no tenía intención de dar cuenta a nadie.
La desfachatez impresentable podría entenderse si se tratase de una persona común, pero no tiene perdón en un cargo público de la trascendencia institucional del suyo.
Pero es que, además, este tío es un católico recalcitrante, miembro del Opus Dei, que en las descripciones biográficas se define como "un hombre de profundas convicciones religiosas" que, obviamente, no le han impedido usar y abusar del presupuesto. Debe ser aquello de "que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda"(Mateo, 6, 3) aplicado a que la caridad empieza por uno mismo.
Luego ha venido lo de quien era quien compartía las cenas y, según parece, se trata de su jefe de seguridad, un guardia civil que desde hace años es su persona de confianza que le acompaña a todas partes. O lo que sea.
A mi la vida privada de la gente me la trae al pairo. Lo que se metan por la nariz o por el culo es asunto suyo mientras no molesten. Que se relacionen con putas o con marqueses sea según les de el aire y los demás nada hemos de objetar.
Pero este bujarrón santimonio ha dicho que él es Presidente del Supremo, "el Supremo", 24 horas al día para justificar el uso de fondos públicos. Con ello renuncia a su intimidad porque si tiene un cargo público por el que pagamos los demás en cualquier tiempo, lugar y postura, los que pagamos tenemos derecho a saber que hace con su tiempo, dónde está y en qué postura.
No he tenido la oportunidad ni las ganas de repasar los textos de las sentencias que firma, pero con la trayectoria expuesta, ninguna de ellas debería tener validez juridica. Lo mismo que si las hubiese escrito un toxicómano u otro enfermo mental: alguien que está fuera, no ya de la ley, sino de la norma; de la norma de conducta que obliga a los próceres por lo menos a parecer honestos.
Carlos Dívar debe quitarse de enmedio. Dimitir, que sería lo decente, aunque impensable en un individuo de semejante calaña. Que lo cesen sus colegas del Tribunal supremo por impresentable mediante el procedimiento que sea más rápido. Que lo declaren mentalmente inestable, que siempre hay un psiquiatra amiguete que lo puede justificar (por la cleptomanía, no por el mariconeo, que es una cosa sana). O que alguien le de un patada en su santo culo y lo aparte de nuestra ya cansada vista de tanta mangancia y marranería.
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