Los
historiadores, en el futuro, lo van a tener difícil para separar el grano de la
paja al evaluar el periplo del último rey Borbón.
Los
esfuerzos van dedicados especialmente a loar al titular de la jefatura del
estado, atribuyéndole los innegables efectos de una democracia y un desarrollo
económico espectacular de los últimos cinco lustros. Con ello se pretende
obviar, ocultar o minimizar que el carácter personal del señor JC Borbón por lo
que ha destacado es por una serie de escándalos matrimoniales, un turbia
historia de enriquecimiento y una actitud chapucera en conducir su vida
personal. A ello se suma la desgraciada evolución de los matrimonios de sus
hijas envueltos en toxicomanías y delincuencia económica, muy difíciles de
alejar como algo ajeno a la corona. La imagen del monarca y de la monarquía
está atravesando los peores momentos de su historia en cuanto a consideración
popular. Todo ello ha conducido, se mire como se mire, a la abdicación del
trono, en medio de una coyuntura histórica de crisis y notables tensiones
sociales.
Ya hace
un par de años que desde éste blog anunciábamos un final de la monarquía que
pudiese estar más próximo de los que algunos piensan y desean:
La
proliferación de anécdotas nos llevó unos meses después a insistir en el tema:
Ahora
se pretende explicar el gesto de la abdicación como una maniobra cuidadosamente
planeada durante meses y mantenida en secreto, para desencadenarla en el
momento más oportuno:
Pues
tampoco. A Juan Carlos I de España lo ha quitado de en medio “los poderes que
son” (“the powers that be”, se dice en inglés) cuando ya no había más remedio y cuando las
circunstancias iban estrechando la ventana de oportunidad para algo tan
trascendental como la sucesión en la jefatura del estado. El marco de la
“ventana” lo ha proporcionado el resultado de las elecciones europeas del 25 de
mayo y la anunciada consulta por la independencia de Cataluña el 9 de
noviembre.
Las
elecciones, la encuesta de las encuestas que, una vez más, ha desmentido los
ejercicios demoscópicos públicos y privados, ha conformado una realidad
escasamente favorable a los dos partidos hegemónicos que se han alternado en el
gobierno de los últimos años. Como que unos y otros no han sido capaces de
elaborar una legislación o los oportunos cambios constitucionales que dejasen
clara la secuencia sucesoria, la posibilidad de que en unas elecciones
generales en el futuro próximo reproduzcan los resultados de las europeas,
ponía en duda la aprobación por las cortes del nuevo monarca en un futuro.
En un
ambiente de “ahora o nunca” se ha elaborado una ley para cubrir la eventualidad
de la abdicación deprisa y corriendo, que se aprobará por unas cortes dominadas
por dos partidos mayoritarios que, a la vista de la realidad electoral, no
parece que puedan contar con el respaldo del electorado que la actual
composición del parlamento permite suponer.
Tal no
parece un buen asiento para el heredero del trono, igualmente alabado porque
“es alto, guapo, habla idiomas y está muy bien preparado”. Más o menos los
mismo atributos que se le adjudicaban a su progenitor cuando el dictador lo
impuso como su sucesor. Y obviamente no es garantía de que luego resultase
mujeriego, económicamente turbio, depredador de fauna protegida y sinvergüenza.
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