Aún reconociendo la complejidad de la situación y las incertidumbres que los resultados aritméticos de las elecciones de 27S provocan, me parece que una buena parte de la inquietud de unos y otros (¿y quizá también la suya, Sr. Foix?) se centra en la influencia que los políticos que ponen en cuestión el sistema o, mejor diría el status quo, siempre se ve como “peligrosa” o de alguna forma indeseada.
Una parte la induce la propia metodología electoral, la “democracia aritmética” que, como casi todo el mundo está de acuerdo, no es precisamente todo lo representativa y “limpia” que debería ser. Las leyes electorales se pactaron para favorecer las mayorías con la idea de que esas mayorías serían siempre controlables por los poderes reales (“the powers that be” que dicen los anglosajones: los poderes que lo son). Cuando la metodología da paso a otros resultados–y la alcaldía de Barcelona es un ejemplo–el griterío de los medios se hace ensordecedor y se anuncian las 7 plagas de Egipto.
Que el IBEX35, la Troika, los bancos, los políticos del establishment, la aristocracia del dinero y toda esa tropa de sinvergüenzas que han provocado y mantenido la crisis estén nerviosos no es necesariamente malo. No veo a los desahuciados, los parados, los pensionistas de la miseria, los jóvenes sin futuro y, como decían los anuncios de espectáculos de antaño, los militares sin graduación, que todos juntos son un montón de gente, especialmente más angustiados ni preocupados ante los vaivenes que las elecciones representan para el SISTEMA.
Claro que hay que pactar, mucho mejor que pelearse. Pero ya va siendo hora de que en la escenificación del pacto, del pacto que sea, estén los que representan a una tremenda minoría de desposeídos de diverso grado, de discrepantes, de, también, anticapitalistas. ¿O es que alguien cree que esto del capitalismo salvaje va a durar para siempre?
La participación de fuerzas que no han formado parte de lo que la transición nos dejó seguro que genera incomodidad. Pero sólo a los que ya están cómodos con la situación actual. A esos les devolvería el ex-abrupto de la niña del mafioso de Castellón, Fabra: “¡Que se jodan!”. Aunque sólo sea un poquito.
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Una parte la induce la propia metodología electoral, la “democracia aritmética” que, como casi todo el mundo está de acuerdo, no es precisamente todo lo representativa y “limpia” que debería ser. Las leyes electorales se pactaron para favorecer las mayorías con la idea de que esas mayorías serían siempre controlables por los poderes reales (“the powers that be” que dicen los anglosajones: los poderes que lo son). Cuando la metodología da paso a otros resultados–y la alcaldía de Barcelona es un ejemplo–el griterío de los medios se hace ensordecedor y se anuncian las 7 plagas de Egipto.
Que el IBEX35, la Troika, los bancos, los políticos del establishment, la aristocracia del dinero y toda esa tropa de sinvergüenzas que han provocado y mantenido la crisis estén nerviosos no es necesariamente malo. No veo a los desahuciados, los parados, los pensionistas de la miseria, los jóvenes sin futuro y, como decían los anuncios de espectáculos de antaño, los militares sin graduación, que todos juntos son un montón de gente, especialmente más angustiados ni preocupados ante los vaivenes que las elecciones representan para el SISTEMA.
Claro que hay que pactar, mucho mejor que pelearse. Pero ya va siendo hora de que en la escenificación del pacto, del pacto que sea, estén los que representan a una tremenda minoría de desposeídos de diverso grado, de discrepantes, de, también, anticapitalistas. ¿O es que alguien cree que esto del capitalismo salvaje va a durar para siempre?
La participación de fuerzas que no han formado parte de lo que la transición nos dejó seguro que genera incomodidad. Pero sólo a los que ya están cómodos con la situación actual. A esos les devolvería el ex-abrupto de la niña del mafioso de Castellón, Fabra: “¡Que se jodan!”. Aunque sólo sea un poquito.
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