Viendo las noticias este fin de semana pasado, con las secuelas de los ataques terroristas en Cataluña, recogemos la presencia de las familias de los autores de la masacre, ahora muertos por la policía o encarcelados, en los medios de comunicación. En la larga historia y las experiencias personales de atentados y ataques perpetrados en mi entorno próximo, no recuerdo tal tipo de secuencias inmediatamente después de luctuosos acontecimientos. Cierto que hoy día, los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales, son mucho más agresivos y se acercan más a los posibles protagonistas u otros relacionados. Pero en la larga noche de plomo del País Vasco, donde viví varios años, no recuerdo familiares de presuntos terroristas en los medios. Quizá era que situarse en la proximidad de los extremistas era demasiado arriesgado, por poder aparecer como colaborador y ser objeto de persecución por la policía. O peor, mostrar partidismos te podía costar la vida, como le sucedió al compañero pediatra Santi Brouard, porque el otro bando también mataba gente inocente.
Probablemente sucede que el recurso a la violencia por razones supuestamente políticas es un fenómeno complejo. Un viejo dicho catalán, para demostrar diversidad, dice “Cada terra fa sa guerra” que, cambiando tres letras, suena igual en español: cada tierra hace su guerra. No es un refrán bélico, sólo juega con la rima. No es comparable el substrato, ni la cronología, ni el contexto, ni la ideología. El uso de la violencia para infundir terror al supuesto adversario y, con ello, obligarle a ceder o tomar decisiones en contra de sus deseos, es muy antiguo. El belicoso pastor lusitano Viriato, fue bautizado como “Terror romanorum”, terror de los romanos, por más de un motivo. No hay noticias de que pudo ser de los familiares de Viriato. Los recientes ataques terroristas en ciudades europeas, si bien han sido mayoritariamente protagonizados por individuos de origen árabe o norteafricano, supuestamente musulmanes, no reconocen un patrón social común. Añadimos el “supuestamente”, algo hastiados del omnipresente leguleyo “presuntamente” que parece liberar de no-sé-qué compromiso de respeto a derechos más o menos reales. Porque la adscripción religiosa se suele basar únicamente en la repetida invocación al Dios de los musulmanes reconociendo su grandeza: ”¡Al·lahu akbar!”. Si la religión puede ser común en muchos casos, no lo es la situación personal de los terroristas. Unos son inmigrantes más o menos recientes, pero otros han nacido en Europa y sus familias hasta llevan aquí más de una generación. Unos son jóvenes, adolescentes casi niños, y otros son individuos maduros y con historias de violencia a sus espaldas. O han tenido adiestramiento militar y participado en algún conflicto bélico. Cierto que coinciden circunstancias de marginación o desempleo asociadas a la inmigración y vivir en barriadas periféricas de grandes ciudades. Pero los componentes de la célula que atentaron en Catalunya procedían de un pequeña ciudad al pie de los Pirineos, en la que la población inmigrante lo es en un porcentaje inferior a la media del país. Y donde se puede intuir un considerable grado de integración.
Las familias de los miembros de la célula terrorista de Ripoll han mostrado su dolor y desesperación ante los acontecimientos de la pasada semana. Han manifestado su repulsa a las acciones violentas, han lamentado las muertes y otras víctimas y han proclamado que todo ello no tiene nada que ver con el Islam, que es una religión de paz. Algunos de los relacionados con ese grupo por razones de vecindad o de negocios próximos, se han declarado víctimas, unas víctimas más de los ataques. Como comunidad se han distanciado de todas las iniciativas violentas.
Las madres que han podido, incluso exhortaron a sus hijos mientras aún estaban en busca y captura, que se entregasen a las autoridades. Lamentablemente no ha sido así. El último terrorista buscado simuló ser portador de un cinturón con falsos explosivos en un gesto que sólo le condujo a ser muerto por la policía. Inmolación o, según su versión, martirio, se conoce en Estados Unidos, un lugar donde se producen con frecuencia tiroteos entre delincuentes y policías, como “suicide by cop”: suicidio por o ante la policía, colocarse en una situación tal que el resultante sólo va a ser que la policía te mate.
Por otro lado, una persona de la localidad de Ripoll, vinculada a los servicios sociales y que conocía a varios de los miembros de la célula, no ha dudado en afirmar que “...lo han hecho por el dinero.” Este planteamiento cuestiona la base de las motivaciones y que la investigación policial y judicial habrá de dilucidar.
Sin embargo, nuevas informaciones han dejado claramente definida la figura del, hasta hacía poco, imam de Ripoll, como el cerebro organizador de la trama terrorista. Muerto al manipular los explosivos que estaban preparando en la casa que ocuparon en una urbanización al sur de Cataluña, su desaparición dejará muchas incógnitas sin resolver. Sin pretender ofrecer un análisis más allá de lo que se ha venido publicando en los medios escritos de prensa y digitales, la persona de este clérigo, sus antecedentes conocidos y las referencias a su comportamiento, presenta unas características que van más allá del mero instigador fanático, acercándolo a la de un agente infiltrado, cuyas conexiones se pierden en la maraña del submundo de la actividad terrorista de origen llamado “islamista”, de nuevo con todas las limitaciones al uso de la religión islámica como origen o responsable de alguna forma de la violencia. Su vinculación con el tráfico de drogas, su detención y condena a prisión, la evitación de la expulsión por actuaciones judiciales incompletas, los viajes al extranjero de difícil explicación, configuran un personaje turbio con relaciones aún más turbias. Que tal sujeto pueda influenciar las mentes de una docena de jóvenes sin que en el entorno se levanten sospechas dice tanto de sus habilidades personales, como de la inopia en la parece que estaban los familiares próximos al grupo. Y ello dicho al margen de las dificultades para una detección que han propiciado las desconexiones entre las diferentes agencias dedicadas al mantenimiento de la ley desde diferentes adscripciones, en este país y en los vecinos.
Explican los expertos que el funcionamiento de estos grupos y el reclutamiento de sus miembros comparten métodos con las sectas destructivas. Incluso los de algunas sectas reconocidas como institutos religiosos católicos legales. Aunque la metodología de captación y el enredo de la adscripción, exclusión social y marginación pueden ser similares, los objetivos o propósitos de las sectas suelen quedar reducidos al ámbito más próximo.
Llama la atención, sin embargo, el tiempo relativamente breve que ha podido llevar la indoctrinación o, como dicen ahora “radicalización” y, también, la aparente absoluta normalidad de gestos y actitudes registrada en los videos tomados en establecimientos comerciales pocos momentos antes de realizar alguno de los ataques producidos y su mortal consecuencia, incluso para los atacantes.
El hijo de la Tomasa. Coincidiendo con estas fechas, se ha popularizado un video que muestra a un radical islámico profiriendo toda una suerte de amenazas en español. Se trata de un joven cordobés, hijo de padre marroquí, actualmente encarcelado por vinculaciones con el terrorismo, y madre convertida al Islam que hace unos meses viajó con él a Oriente medio, perdiéndose su pista cuando pensaba incorporarse a las fuerzas del ISIS. En este caso la implicación de todo el núcleo familiar ofrece un perfil distinto y con ramificaciones psicológicas amplias, aparte de las voluntades de los implicados. Un caso singular que muestra una variedad de situaciones que elude simplificaciones.
Inmigración. Recientemente ha fallecido el profesor Tullio Sepilli, extraordinario antropólogo social, de la Universidad de Perugia, tras una larga vida de investigación y enseñanza, de la la que nos beneficiamos en diferentes momentos. En una de sus visitas a nuestra universidad, cuando en los últimos años del siglo pasado el departamento dedicaba esfuerzos a la descripción y análisis del fenómeno de la inmigración norteafricana, le llevamos a una visita por el entorno. Mientras le explicábamos cómo el río Gayà fue durante decenios la frontera entre la Marca Hispànica y la taifa de Tortosa, tuvo ocasión de fijarse en los nombres de los pueblos que íbamos atravesando. Especialmente aquellos que tenían un origen árabe, como Altafulla, Albiol, Alcover, Benifallet, Benissanet, Mora o la Pobla de Mafumet. ¿La Pobla de quién?... Es cuando el profesor Sepilli nos dijo: “¡Ahora lo entiendo! No es que vengan, es que vuelven”.
Las explicaciones históricas siempre necesitan precisiones, pero en el recuerdo colectivo también figura un tiempo de convivencia de culturas y religiones en esta parte del mundo.
Conducir la integración en un país concreto, o en un continente como Europa en el contexto de un mundo globalizado, es una tarea para implicar a todos y que debe presidir la generosidad y la racionalidad. Nadie puede creer que sea fácil, pero tampoco hay alternativa.
No vamos a ser tan osados como para pretender ofrecer recetas o soluciones a situaciones tan dramáticas y, a la vez, tan complejas. Una simplificación puede ser considerar el terrorismo y la participación de individuos jóvenes como cualquier otra desgraciada deriva delincuencial de post-adolescentes. Muchas de ellas contienen un germen de autodestrucción propiciado por un aislamiento de la sociedad y de un menosprecio de los valores de convivencia más elementales. Tal sucede con el consumo de drogas, especialmente las menos recreativas y más adictivas que, además, por la ilegalidad, conducen a la marginación y como consecuencia del tráfico, al crimen o al suicidio más o menos disfrazado de sobredosis.
El terrorismo sectario contiene algunos de esos elementos de clandestinidad, dependència y autonegación, pero y sobre todo, el propósito es la destrucción de otros, su muerte y aniquilación en aras de unos objetivos casi siempre desdibujados, situados en un universo del más allá trascendente.
Intentar conocer todas las implicaciones de un fenómenos como el terrorismo obliga a ampliar el foco y intentar comprenderlo en su totalidad.
Solo así se puede ofrecer a unas familias explicaciones y propuestas de qué hacer si te sale un hijo terrorista. De otra manera sólo queda decirles que pidan perdón y si saben y quieren, que recen.
XA, 28AGO2017