Hace ya unos años que
suelo emprender (los viajes se emprenden, son una “empresa”) un viaje al año
sin planes ni horarios. Salgo de casa preferiblemente andando (“… y por la
puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo...” Don Quijote, cap. 1, pag 4), me encamino a la estación de
ferrocarril y tomo el primer tren que pasa. A partir de ahí elaboro un plan de
viaje más ligado al dinero de que disponga que a ninguna otra cosa. En
Australia aún persiste la costumbre de los hombres de ausentarse de su casa sin
dar demasiadas explicaciones y perderse un tiempo en el “Outback”, la gran
región despoblada del centro del continente austral. A eso lo llaman un
“walkabout”, una especie de “paseo”. Sin punto de comparación como no sea la
escasa preparación y la espontaneidad, llamo a estos viajes “mis walkabouts”.
La aventura es escasa, que ya sumo unos añitos. Siempre con un móvil
encima—ahora, antes era unas monedas de cambio para una cabina—y una tarjeta de
crédito en la cartera que me garantice el regreso. Y, generalmente, por el
territorio nacional de esta piel de cabra, que no de toro, como ya os he contado en otra ocasión.
Viajo ligero. Una
pequeña mochila que, llena, no suele pesar más de 7 kg. : un par de mudas,
calzado y pantalón de repuesto, los achiperres de la higiene y botiquín y al
menos un litro de agua de bebida, que nunca se sabe si vas a encontrar agua
potable.
El primer tren
disponible este miércoles de principios calurosos de septiembre, era un Euromed destino Valencia. Ya en marcha me decido a tomar
luego un rumbo sur.
La costa de Cataluña
sur va desfilando a la izquierda del tren, hasta cruzar un río Ebro majestuoso.
A mitad de camino
observo la monstruosidad urbanística de “Marina d’or” justo antes de Oropesa.
Recuerdo al mamón de Aznar, chupando del bote de Porcelanosa.
Estación del Norte. Valencia |
La primera parada es la
estación nueva de Valencia, desde la que me encaminan a un bus para que me
lleve a la, realmente próxima, estación del Norte. Es una maravilla de
arquitectura de principios de siglo pasado con decorados modernistas de mosaico
muy vistosos.
Me compro un billete
hacia el sur con la intención de llegar a la Sierra de Cazorla. Me ha entrado
un deseo de ver animales en libertad. Me lo dan a la estación más próxima:
Linares-Baeza.
Como me quedan un par
de horas me acerco al estupendo mercado central de València para un segundo
desayuno, delante de la lonja, de horchata y “fartons”, esa especie de
magdalenas alargadas tan típicas y repletas de calorías. Hay que hacer patria…
de los valencianos. Hace calor y humedad.
Dos africanos me piden
ayuda en la estación para ver a dónde ir y uno me enseña el billete de cabeza
abajo. Le indico que le de la vuelta y me ensaña el dorso, en blanco. Cuando lo
pone derecho le señalo la vía 3 y le muestro tres dedos, pero veo que no
entiende: analfanumérico,
ni letras, ni números ni idioma. Pues, desde dónde sean, han llegado hasta aquí
sin saber leer. Eso si que es una aventura.
De nuevo al tren, con
bastantes asientos vacíos, un “combinado” que lleva vagones a Badajoz, Sevilla
y Málaga. Viene a ser como el antiguo “sevillano” que llevó a Cataluña un
millón de andaluces en los años 60 del siglo pasado.
La huerta, los
naranjos, Almusafes y la Ford, Algemesí, Alzira. Nombres tan moros como
AlJazeera, una excelente televisión de noticias en inglés. Xàtiva: saco la
nariz y hace una calor!!
Se inicia La Mancha.
Albacete breve, pero, en una hora, llegamos a Alcázar de San Juan, conocidísimo
nudo ferroviario donde el tren se para más de media hora. Los fumadores se
bajan al tórrido andén a echar humo. Aprovechan dos, según ellos, parados para
subir al tren y pedir limosna con el conocido discurso de disculpas, el hambre,
las deudas y los niños pequeños. Nada nuevo bajo el sol. Era igual hace 40
años, cuando aún no se había inventado la crisis.
Sigue la Mancha
inmensa. A partir de Sta. Cruz de Mudela el terreno se ondula y aparecen
encinares, dehesa espectacular. Como Despeñaperros que desde el tren es más
impresionante que desde la carretera.
Los encinares y la dehesa dejan sito gradualmente a los olivares inacabables.
Los encinares y la dehesa dejan sito gradualmente a los olivares inacabables.
A media tarde llega el
tren a la estación Linares-Baeza que, como su nombre indica, está en medio. En
medio de ningún sitio. Un barrio de casas modestas (barriada del Puente) del
estilo de las colonias del franquismo y una iglesia parroquial. No resulta nada
interesante porque, además, estamos a 35º a la sombra, o sea que me refugio en
el aire acondicionado de la estación, en espera del bus a Baeza.
Ya no hay campos de
lino en Linares.
En la sala de espera un
facha tuerto jubilado está hablando en voz tan alta que parece un mitin. Unas
parejas de su edad lo van escuchando y ocasionalmente jaleando. Quejarse por
quejarse. Todo le parece mal, pero más parece que recita las noticias de El
Mundo. Ladridos. Dan ganas de interpelarlo pero no me entran (las ganas).
Cuando se va se olvida una botella de agua que esgrimía mientras discurseaba.
Incontinencia verbal y olvidos: mal pronóstico neuropsiquiátrico.
Llega el bus que en 15
minutos me ha de llevar a Baeza. Si no fuera por el calor era como para ir
andando. Desde Ibros se ve un mar (la mar) de olivos.
La otra vez que estuve
en Baeza se me apareció como un lugar polvoriento y semiabandonado. Ahora lo
han adecentado porque, junto con Úbeda fue patrimonio de la Humanidad y las
viejas construcciones han recuperado esplendor. Recuerdo la cita: “Baeza,
Orgullo, historia y… pobreza”. Parece que ya no hay pobreza. Recuerdos y
estatua de Antonio Machado sentado en un banco leyendo un libro.
No hay pensiones
económicas en Baeza. Después de dar unos cuantos rodeos encuentro un
alojamiento “rural” notoriamente urbano acabado de estrenar, con un precio
razonable que incluye desayuno, piscina y wifi.
Baeza huele a almazara
en la quietud de la noche.
El jueves me levanto
temprano para coger un bus a Cazorla, pero tengo que ir primero hasta Úbeda. Me
doy una vuelta por el paseo Machado que recorre lo que debió ser la muralla sur
de Baeza con unas vistas estupendas de la vega y la sierra de Mágina al fondo.
El paseo tiene la misma orientación que el que en Soria recorría el poeta.
En Úbeda, como hay que
esperar al bus de Cazorla me da tiempo para un segundo desayuno y leer la
prensa. Detrás de mi van dos norteafricanos charlando en árabe. Debe hacer como
600 años que por aquí, entre los señoríos de Baeza y Úbeda, el árabe era la
lengua “oficial”.
El bus a Cazorla tarda
casi una hora, de nuevo entre olivares inacabables, hasta que se ve el pueblo
blando encaramado en la sierra. Detrás los riscos enormes de la sierra.
Encuentro un alojamiento económico y céntrico y me voy de paseo por el pueblo.
Hay una ruta turística marcada. Aunque el día es igual que el anterior se nota
que estamos a 800 metros de altitud y no hace tanto calor.
Cazorla |
Las ruinas de la
iglesia de Santa María que algún cura loco quiso construir en el cauce de un
río que baja de la sierra y un turbión se la llevó por delante antes de
acabarla. Luego ya no les quedaron ganas de terminarla y se ha quedado en
ruinas. El río pasa ahora por debajo.
Castillo moro
encaramado en un risco y por encima, en lo alto, buitres leonados planeado con
la térmica.
A primera hora de la
tarde contrato una excursión en 4x4 a la Sierra. Espectacular. Ilustrativa. El
guía sabe un montón de botánica. Se queda con mi nombre catalán y al poco ya
soy “Xavi” por aquí y “Xavi” por allá. Me da que es reminiscencia y homenaje a
Xavi Hernández.
Cruzamos el
Guadalquivir cuando todavía no es un río y luego subimos andando la cerrada del
río Borosa y un trozo del de la Truchas. Se pueden ver nadando aburridas en un
recodo.
Al fondo los riscos de
Las Banderillas, de más de 2000 metros. De vuelta al pantano del Tranco por lo
que llaman la ruta de Félix Rodríguez de la Fuente que filmó en Cazorla una
buena parte de su serie de fauna ibérica. No vemos a los ciervos pero al
atardecer oímos el comienzo de la berrea. El guía dice que va a cambiar el
tiempo. Un cormorán cruza un brazo del pantano volando alto. Luego vemos una
cierva cruzando la pista y más adelante otros. Dos familias de jabalíes, los
jabatos en pijama, hozando en las proximidades de una zona de picnic. Hay
tantos que van a acabar haciéndose domésticos, como los de Collserola.
Volvemos tarde y a
dormir.
Viernes con planes
súbitos de hacer un rodeo por Extremadura. Por la mañana, aún a oscuras, sólo
se ven hombres que se juntan para ir al tajo. Un par de cafés abiertos. Y un
tío vendiendo lotería a esas horas.
Bus hasta Úbeda y otro
de nuevo hasta la estación de Linares-Baeza. Allí tomo un tren dirección
Madrid, hasta Manzanares donde voy a cambiar de dirección.
En el tren sólo van
parejas jubilados, inmigrantes y chicas jóvenes. Los adultos y los chicos van
en coche o en moto.
Me da tiempo a comer en
la cafetería de la estación… de autobuses de Manzanares. En la del tren no hay
nada. Tiene unas buenas tapas de cocina. Los otros clientes, sólo hombres,
toman cervezas con las tapas. Nada de vino y eso que estamos en el corazón de
La Mancha vinícola. Debe ser por el calor. Pósters y banderas del Atlético de
Madrid.
El tren que tomo es un
“cercanías” que viene de Madrid. Gente joven que vuelve a casa para el fin de
semana que se van bajando en Daimiel, Almagro, Ciudad Real o Puertollano. Las
tablas de Daimiel apenas unos charcos con garzotas.
Desde Puertollano el
tren toma rumbo oeste y deja atrás los llanos de La Mancha para atravesar unas
dehesas fantásticas. Vía única y no electrificada. Como va despacito se puede
disfrutar del paisaje, cerros con encinares y fauna visible: Ciervos, perdices,
conejos, alguna rapaz. En el río Guadalmez en la cola del pantano de la Serena
se ven garzas y fochas o patos. Espectacular.
Desde Almorchón la vía
es de carril discontinuo y el tren hace “chaca-chaca” como antaño. Cambia la
tonalidad cuando pasa por una trinchera. Es recuperar un sonido familiar y
perdido en la noche de los tiempos. Con el cronometro se puede calcular la
velocidad, que no debe superar los 50 km/hora. Desde Almadenejos me doy cuenta
que voy sólo en todo el tren. Por aquí coinciden los límites de tres
Comunidades Autónomas: Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía. El paisaje
sigue silvestre y despoblado más o menos hasta Villanueva de la Serena, donde
se empiezan a ver los campos cultivados.
Llego a Mérida todavía
de día y allí tomo otro automotor hasta Cáceres, donde llego un poco antes de
las 10 de la noche, justo para buscar alojamiento. Pensaba retirarme pero en el
hostal me sugieren que visite “Cáceres la nuit”. Es viernes, hace una buena temperatura y está
todos el mundo en la calle. En la zona antigua, tan bella y bien preservada.
hay teatro en la calle—una especie de representación del Lazarillo—y música. Me
meto en un tugurio donde un grupo toca instrumentos renacentistas con notable
entusiasmo y me dan las tantas.
Charco con los berruecos al fondo |
Via móvil me llega la
sugerencia de ir a ver el Museo Vostell, de manera que me levanto temprano el
sábado y llego a Malpartida de Cáceres—a unos 15 kilómetros—en bus todavía de
mañana. Sigo andando los 4 km largos que hay hasta los Berruecos. La vista del
charco del paraje protegido es fantástica. Hasta las 10.30 no abren el museo o
sea que doy la vuelta al charco donde algunos pescadores de caña ya llevan un
rato aburriéndose.
El Museo Vostell ocupa
unos antiguos lavaderos de lana, en esta trocha final de la transhumancia,
activos hasta el siglo XVIII. Vostell y su mujer hicieron aquí una maravilla del arte contemporáneo, con obras de una docena larga de figuras del siglo XX,
incluyendo mi amigo Rafa, que murió el año pasado.
Regreso andando a
Malpartida y tengo que esperar al bus hasta las 2 de la tarde. No tenía otros
planes elaborados así que, al llegar a la estación de autobuses de Cáceres y
oír anunciar un bus a Madrid a punto de salir, no me lo pensé. El bus medio
vacío atraviesa interminables pastizales despoblados. Desaprovechados con muy
escaso ganado. Un amiguete, cacereño y veterinario, tiene un proyecto que ha
presentado al gobierno autonómico de introducir especies de ungulados
africanos, cebras, gñus, antílopes, incluso rinocerontes porque está convencido
de que se desarrollarían bien.
Desde la autovía se
puede apreciar una buena parte de la extensión del parque de Monfragüe.
Llegué a Madrid a las 7
de la tarde. Y luego ya sólo fueron dos saltos: un taxi a Atocha, el AVE y a
cenar en casa de vuelta.
Total 2233 kilometros
de paisajes ibéricos. Coste aproximado del trasporte: 10 cents. por km.
1 comment:
Muy bien! pero a la próxima llámame y te llevo tomar la mejor orcata de cufa (sin hache claro) de tota l'Horta,...
petons!
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