La organización politica terrorista Euzkadi ta Askatasuna ha anunciado su renuncia definitiva a la lucha armada. Es una noticia esperada probablemente por todo el mundo, incluyendo miembros y simpatizantes de la organización. A estas alturas el discurso de la violencia carece de soporte y, sobre todo, de eficacia. Bienvenida sea. Demasiada sangre, demasiado miedo, demasiado dolor, demasiadas mentiras, demasiado tiempo.
Mi aportación al torrente de escritos sobre el final de ETA sólo puede ser personal. Me explico.
No tuve conciencia de la existencia de ETA, como movimiento politico nacionalista vasco, hasta el dia que mataron a Txikia Mendizabal en la puerta de mi casa. Era, creo recordar, el lunes de Pascua de 1973. Hacía ocho meses que había ido a vivir y trabajar a Euskadi, después de varios años viviendo en Norteamérica. Había marchado de España sin la intención clara de volver, en busca de una mejor formación y otras oportunidades y, también, hastiado y desesperanzado de una situación politica, la dictadura franquista, que me resultaba oprobiosa. En mi ausencia me había perdido estados de excepción y el famoso juicio de Burgos. Al comenzar a trabajar en Vizcaya, enfrascado en mis obligaciones, apenas seguía las noticias y tampoco tenía aún relaciones sociales que me hubiesen aportado alguna información sobre lo que pasaba en Euskalerria. Mis posibles ideas políticas permanecían anestesiadas por una acriticismo de conveniencia en aquel momento. Y no porque no hubiese participado a las protestas contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos y mantenido algún contacto con exilados republicanos en Quebec el tiempo que estuve allí. Recién llegado a Vizcaya, no presté demasiada atención a mi entorno.
Que hubiesen matado a alguien a tiros justo ante mi casa y que, como luego supe, fuese la policía, me impactó notablemente y, al mismo tiempo, me llevó a posicionarme. Los detalles del acontecimiento me los explicaron los vecinos. Que si habían identificado a Mendizabal en la estación de Algorta, que si había huido en el tren, que si había saltado a la altura de Negurigane y que, delante de nuestra casa, unos hombres armados habían gritado a una muchacha, la que nos hacía de canguro a nuestras hijas, que se quitase de delante, y habían abatido a tiros a un hombre joven que corría. Que Txikia hubiese o no participado en el asesinato del policía Meliton Manzanas, un reconocido torturador, no justificaba nada. (Dos años después ETA mataria, el 22 de abril de 1975, al policía José Ramón Morán, que era autor
material de los disparos que acabaron con la vida de
Eustakio Mendizabal «Txikia»).
Unos meses después se produjo en Madrid el atentado que acabó con la vida del Presidente de Gobierno, Almirante Carrero Blanco. Me enteré de la noticia al poco de producirse a través de una radio que escuchábamos varios compañeros en nuestro trabajo. En esos momentos aún se hablaba de una explosión de gas. Al dejar la dependencia, una de mis compañeras me susurró al oido: "Han sido los chicos". Para entonces ya había conocido a independentistas y otros antifranquistas y, entre ellos, algunos que más adelante se pudieron identificar como miembros de ETA. En las fiestas del pueblo se hacían corros cantando una canción que hacía referencia al "vuelo" del almirante que concluía lanzando prendas, jerseys o chaquetas, al aire. Lo había matado ETA pero lo celebrábamos todos. (Aún esta por ver quien y como ayudó a ETA en un magnicidio tan eficaz. Nunca más ETA tuvo tanta puntería...)
Sin querer decir que simpatizase con la violencia política, me vi gradualmente ideologicamente próximo a los planteamientos que entonces defendía ETA-pm. En los meses siguientes la situación se fue radicalizando. Fuí objeto de actuaciones represivas de la policía en más ocasiones de las que cualquiera hubiese justificado, sin participar en nada más que manifestaciones y algún encierro, y detenido brevemente en una ocasión por nada. Los fusilamientos de septiembre de 1975 me aterrorizaron y me llevaron a iniciar la solicitud de asilo en el consulado americano para mis dos hijas, que eran ciudadanas estadounidenses. La muerte del dictador poco después nos hizo a todos concebir esperanzas de un futuro de libertad. Pero las cosas no mejoraron en donde yo vivía, el municipio vizcaino de Guecho. La ley de amnistía coincidió con la desaparición de Eduardo Moreno Bergareche, Pertur, y a partir de ahí el ensuciamiento de la contestación, la evidencia de que ETA-m iba a seguir matando gente a pesar de los inicios de la democracia y el disgusto general favorecieron que, cuando pude aprovechar una oportunidad, me fuera de Euskadi a otra parte más tranquila del país. Aquella no era mi guerra. Y también dejo de serlo para muchos que en algun momento vieron en la lucha armada contra el franquismo una actuación legítima. ETA-pm se disolvió y los siguientes treinta años han visto la degradación de un movimiento independentista hacia una banda armada de delincuentes sin más justificación que su propia supervivencia asesina.
Dos atentados: el del rack de tubos de hidrocarburos de la empresa Enpetrol, en Tarragona (12 de junio de 1987) y el sangriento atentado del Hipercor de la avenida Meridiana de Barcelona (19 de junio de 1987) que ocurrieron cuando yo vivía ya en Cataluña merecen un breve comentario. A pesar de las investigaciones publicadas y todas las diligencias judiciales me permito ofrecer unas interpretaciones distintas, fruto de informaciones obtenidas en la proximidad de ambos sucesos. Hay bastantes técnicos que afirman que la explosión seguida de incendio del rack de Enpetrol fue en realidad un accidente, sin intervención de nadie. La reivindicación por parte de ETA del atentado se puede creer que fuese algo que asumieron después de que la policía proclamase el origen criminal del incendio. Lo cierto es que nunca antes, ni después, ETA ha atentado contra instalaciones industriales y la verdad es que no tiene porque resultar difícil por la abundancia de objetivos y las limitadas medidas de seguridad.
El terrible atentado de Hipercor tiene también otra explicación a la oficial. El objetivo del coche bomba original era el cuartel de Sant Andreu, situado en las proximidades y actualmente desmantelado. La intevención de la Policía Militar que custodiaba el cuartel impidió que el coche quedase aparcado en las cercanías del cuartel. Los terroristas, con el mecansimo de la explosión ya activado, optaron por aparcarlo en el último piso del centro comercial, el más profundo, entendiendo que era el menos ocupado y más lejano a posibles víctimas. Además procedieron a avisar con insistencia a las autoridades policiales (tres llamadas) que no entendieron o no atendieron las indicaciones de evacuar el centro comercial.
Nada de esto puede excusar ni justificar tales acciones criminales. Porque criminal es atribuirse una catástrofe, aunque no la hubieran provocado y más criminal aún es hacer explosionar un coche bomba aunque hubiese sido en un descampado y no hubiese causado víctimas. El objetivo criminal es el de aterrorizar a los oponentes políticos y a la población en general. Pero las brumas de "la guerra del Norte" tardarán aún tiempo en dejarnos ver toda la triste historia del terrorismo de ETA y la de su represión, que también tuvo su parte negra y asesina.
Si el anuncio del cese de la actividad armada por parte de ETA acaba arrumbando definitivamente una dolorosa realidad, todos podremos felicitarnos.
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